IES José Mor de Fuentes

viernes, 12 de noviembre de 2010

Historias finalistas del concurso de relatos breves de miedo!!


UNA NOCHE COMO CUALQUIERA OTRA

Una noche, como cualquier otra, salí a pasear. Las calles estaban llenas de gente que, hartos de trabajar aprovechaban el sábado para ahogar sus penas. De repente, nada. No había nadie. No se oía nada de lo que antes era una fiesta. Al fondo vi una sombra. Yo grite: ¡Quién eres! ¡Por qué te escondes! No me contestó. Me acerqué un poco y volví a gritar, esta vez la voz me temblaba. Tras este grito vi como la sombra se acercaba a mí rápidamente. No recuerdo nada más, solo que ahora estoy muerto y vivo entre las sombras, esperando victimas cansadas del mundanal ruido que es la vida.
Fernando Senar
(Alumno de Ciclos)


Una vez que encontré a los otros les pedí que me acompañasen al bosque, ellos afirmaron rápidamente sin dudarlo ni un momento. Una vez ya adentrados de lleno en la niebla que cubría el bosque, pudimos divisar a lo lejos lo que parecía ser humo verde y de inmediato se escuchó una explosión, me volví para ver de donde venía esa explosión y al girarme para proseguir la búsqueda… ¡Todos habían desaparecido! De nuevo estaba solo, entonces me detuve y tras pensar durante un rato sobre todos mis amigos que podían estar en el bosque emprendí la marcha. En aquel momento ya no se veía el humo verde que anteriormente había visto, fue entonces cuando me tropecé con un tronco cortado en el suelo en el cual había un trozo de tapete de piel, cuando lo toqué para verlo de más de cerca una gran e intensa luz apareció en el tronco, yo retrocedí unos pasos para mantener la seguridad; Cuando la luz desapareció ojeé el tronco y me dí cuenta de que había aparecido una carta de Tarot, la cogí y observé la otra cara, en ella había un dibujo que me dejó aterrorizado, se trataba de ¡la Parca! Símbolo de cambio, y bueno…de muerte. No podía creerme lo que acababa de suceder, pero haciéndole caso omiso a la situación seguí el nublado camino hasta llegar a lo que parecía ser un asentamiento de indígenas, justo entonces vi que se acercaban por detrás unos indígenas, yo me escondí dentro de un raro árbol desde el cual les pude ver pasar, llevaban una máscara pintada con pintura blanca y llevaban entre los cuatro lo que parecía ser la comida, el problema fue que no pude verlo. Por fin pude llegar a ver el fondo de una hilera de estacas con calaveras, una gran jaula en la cual todos mis compañeros estaban sentados y atados. Entonces se me ocurrió un plan, miré a mi alrededor y vi un pequeño charco, me subí a un árbol por el tronco hueco en el que me había escondido y desde allí tiré una piedra, una vez que todos fueron a mirar tiré la carta que me encontré y descendí y fui directamente a la jaula, una vez abierta me di cuenta de que no tenía las llaves para quitarles las cadenas, suerte que pude ver su reflejo en una bola de cristal medio rota, tras haberlas cogido les desaté y justo entonces y me eché hacia atrás y sin querer tiré una estaca, entonces todos los indígenas vinieron, nosotros corrimos por el bosque y cuando ya se veía el edificio de la oficina y la niebla estaba algo despejada un humo verde me alcanzó y me caí desmayado al suelo viendo como todos mis compañeros llegaban hasta la oficina. Ya era de día y estaba echado en uno de los divanes del salón principal y alrededor de mi todos mis compañeros, les pregunté como me pudieron salvar pero… eso ya es otra historia.
Roberto Claver
(Alumno de 2ºC ESO)

EL OLVIDO


Es tarde. La oscuridad aterra. Hace frío. La niebla me ciega. Nadie en la calle. Los árboles silban. Oigo pasos. Tiemblo. Los pasos se apresuran. Son cada vez más rápidos. Mi corazón se desboca. Acelero. Tropiezo. Me caigo. Me levanto con dificultad. Cojeo. Mis pies no responden. Los pasos me siguen. El cerebro trabaja velozmente. El dolor desaparece. Debo llegar al portal. Quedan dos calles. Los pasos se aproximan. Ya retumban en mi cabeza. Miro hacia detrás. Una gabardina negra me sigue. Se acerca. Mi corazón se dispara. Mi garganta se ahoga. Empiezo a sudar. Me muero de frío. Quiero correr. No puedo. Giro a la izquierda. Por fin veo el portal: mi casa, mi salvación. Saco las llaves. No acierto con la cerradura. Los pasos se acercan. Lo noto detrás. Voy a estallar. Una voz grave me susurra:
-      Señor, ha olvidado la cartera en el bar.
María José Castán
(Profesora de Francés)

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