IES José Mor de Fuentes

viernes, 2 de noviembre de 2018

LA VIDA POR LAS NUBES


ESTA SEMANA TE RECOMENDAMOS UNA...




"Montar en bicicleta nos devuelve, por un lado, un alma de niño y, a la vez, nos restituye la capacidad de jugar y el sentido de lo real. Así, el empleo de la bici constituye como una especie de recordatorio (como cuando se da una dosis de refuerzo de una vacuna), pero también de formación continua para el aprendizaje de la libertad, de la lucidez y, a través de ellas, tal vez, de algo que se asemejaría a la felicidad.

 El mero hecho de que la práctica de la bicicleta proporcione así una dimensión perceptible al sueño de un mundo utópico en el que el placer de vivir sería la prioridad de cada persona y aseguraría el respeto de todos, nos da una razón para abrigar esperanzas. Retorno a la utopía, retorno a lo real, da lo mismo. ¡Arriba las bicicletas, para cambiar la vida! El ciclismo es un humanismo."

Marc Augé, Elogio de la bicicleta





Y qué experiencia más humana es la que nos cuenta el gran Miguel Delibes en Mi querida bicicleta:

"Pero cuando la bicicleta se me reveló como un vehículo eficaz, de amplias posibilidades, cuya autonomía dependía de la energía de mis piernas, fue el día que me enamoré. Dos seres enamorados, separados y sin dinero, lo tenían en realidad muy difícil en 1941. Yo estaba en Molledo-Portolín (Santander) y Ángeles, mi novia, veraneaba en Sedano (Burgos), a cien kilómetros de distancia. ¿Cómo encontrarnos? El transporte además de caro era muy complicado: ferrocarril y autocares, con dos o tres trasbordos en el trayecto. Los ahorros míos, si daban para pagar el viaje no daban para pagar el alojamiento en Sedano; una de dos. ¿Qué hacer? Así pensé en la bicicleta como transporte adecuado, que no ocasionaba otro gasto que el de mis músculos. (…)

 Antes de amanecer, amarré en el soporte de la bici dos calzoncillos, dos camisas y un cepillo de dientes y me lancé a la aventura. Aún recuerdo con nostalgia mi paso entre dos luces por los pueblecitos dormidos de Santa Olalla y Bárcena de Pie de Concha, antes de abocar a la Hoz de Reinosa, cuya subida, de quince kilómetros de longitud, aunque poco pronunciada, me dejó para el arrastre. (…) En compensación, del alto de Reinosa a Corconte — veinticuatro kilómetros— fue una sucesión de tumbos donde la inercia de cada bajada me proporcionaba casi la energía necesaria para ascender el repecho siguiente.
Aquellos primeros años de la década de los cuarenta, con el país arruinado, sin automóviles ni carburante, fueron el reinado de la bicicleta. Otro ciclista, algún que otro peatón, un perro, un afilador, los chirriones, acarreando yerba en las proximidades de los pueblos, eran los únicos obstáculos de la ruta. Recuerdo aquel primer viaje de los que hice a Sedano como un día feliz. Sol amable, brisa tibia, la bicicleta rodando sola, sin manos, varga abajo, un grato aroma a prado y boñiga seca, creando una atmósfera doméstica. Me parece recordar que cantaba a voz en cuello, con mi mal oído proverbial, fragmentos amorosos de zarzuela sin temor de ser escuchado por nadie, sintiéndome dueño del mundo. "
                                                        




No hay comentarios:

Publicar un comentario